sábado, 5 de abril de 2008

Caída a vacío

Las caídas al vacío son el resultado de poca previsión. Me refiero a los accidentes que arremeten contra el vital batido de cabeza-corazón. Cuando sientes sin pensar es que realmente estas seguro de tu sentimiento. Evitas colocar en el mapa de tus emociones las consecuencias, las posibles caídas y los dolores de cabeza en general. Sin embargo, lo único que haces es disfrazar tu pensamiento ya que el desliz o el fallo son una de las fichas base para avanzar o retroceder.
Yo me acuerdo de cuando jugaba a esto, a sentir sin pensar. Y digo jugar porque era un maravilloso coqueteo constante con la felicidad. Pero entonces se dibujó la trampa. Eso donde te metes de forma imprevista porque pasabas sin mirar, porque no tenías previsto caerte o porque, simplemente, no habías valorado que pudiese aparecer un alto en el camino.
En ese momento, es cuando te caes al vacío. Empiezas un viaje transitorio que su transcurso parece eterno. Viajas por los recónditos lugares de tu mente donde habías acumulado la tristeza que no gastabas cuando sentías sin pensar. Descubres las fronteras de tu persona que parecen limitarse según el aguante de cada uno y sobretodo, te das cuenta de que los caminos hacía delante siempre resultan ser el mejor destino.
Llega un momento del viaje en el que te encuentras a tu dignidad. Esa sabia figura que si la tienes en cuenta te salva de caer e, incluso, te lleva hacia las ganas de volverte a levantar. Y entonces, la caída al vacío llega a su final. Y como cualquier final, tiene una conclusión: quizás te tiran al vacío pero eres tú quien decide o no, poner el punto y final, levantarte con la experiencia en el bolsillo y saber que la próxima vez, si te vuelven a tirar, intentarás volar.