Era una tarde boca abajo en la que ya amanecía la oscuridad. En la mesa de la habitación había botellas de cristal verde llenas de pétalos rojos que parecían un poema enjaulado. Había copas de culo grande y pierna finísima preparadas en la encimera para una noche de velas y palabras vergonzosas. Las primeras citas pueden ser el bautizo o el funeral de una relación. Pero esa imagen era digna de la puja más alta en la subasta más cotizada. Y ella se preparaba delante del tocador rococó que había adquirido en esa callejuela de Paris donde cada año hay una única reliquia. Estaba desnuda frente el espejo que matizaba a la perfección la sinuosidad de su presencia cuando liberó del cuello al pecho su perfume cotidiano. Y luego, dejó caer desde sus hombros un vestido de seda amarilla que calculaba como ninguno los milímetros de su cuerpo. Y se empapó del rojo del carmín, prácticamente, solo con la vista aunque con las yemas de sus dedos jugueteó con sus labios hasta subir un punto su color natural.
Aún tenía tiempo hasta que él llegase pero no el suficiente como para alborotar sus nervios sentada a la espera en un sofá. Este era uno de sus vicios, nunca tener demasiado ni suficiente.
Tenía en una estantería un montón de discos habitados por canciones lentas que auguraban la mejor de las digestiones después de una cena. Las horas alargadas cuando está entrada la noche pueden ser maravillas encandiladoras. Y la música ya sonaba, y los platos, en su sitio, estaban vacíos. Y los cubiertos preparados y las servilletas blancas para tintar si aún quedaba carmín. Y sus hombros eran como caídas al vacío, preparados para ser rescatados y sus ojos eran principios de fuego retando al viento para ser llamarada.
Y los minutos se agolparon en el reloj que no tenía y así llegó, apareció, surgió una nueva sorpresa.
Él esa noche, él y ella todas las demás.
1 comentario:
estan comprensible que bueno la forma en la que lo describe........
me encuentro en la osledadd no se que decir jam... hem chido
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