Hoy hemos esbozado situaciones divididas en dos. Por un lado, atreverse y, por otro lado, no atreverse. Y este tema te digo que lo sacas un día y le sacas una punta tal que lo tienes metido en la cabeza horas largas. Atreverse tiene siempre un mismo resultado que es igual a satisfacción –aunque sea solo por piscinazo-. En cambio, lo de no atreverse ya es un mundo aparte que cómo no vigiles hasta te metes en círculos lacrimales que van desde el arrepentimiento hasta la desesperación. Visto lo visto, hemos decidido dejar en el cajón la situación dos porque las heridas se curan a medias y porque el luto es una palabra que nos iba grande hoy.
Resulta que, a pesar de ser una panda de chicas que se auto consideran poco atrevidas, telita con la lista que hemos confeccionado. Han habido repeticiones de “apaga y vámonos” cuando nadie creía tener los santos cojones de cerrar chiringuitos de dimensiones cosamala. Ha aparecido medio mapamundi por necesidades repentinas de largarse lejos, por necesidades intrínsecas de viajar a tierras insólitas porque si y sobretodo, de plantarte al otro lado del mundo con una mano delante y otra detrás, más sola que la una y dispuesta a sentencias cuales “lo que me echen”. También se ha hablado de ligoteos varios pero esto ha quedado penalizado porque olía a noches alcohólicas y desespero sensorial. Una ha contado que mató a dos pájaros de un tiro, desafiando la altura y a la gravedad y que juró, una vez arrojada al vacío, que esto era un golpe bajo hasta para su adrenalina. Y, entonces yo he pensado que era mejor no contar que yo no me subo ni a la Estampida ni al Dragon Khan, no por miedo a caerme o a las alturas sino por amor a mi corazón que ya no daría para más. Luego hemos evolucionado el tema hasta conceptos más abstractos que van desde los pecados capitales hasta los sentimientos. Hemos afirmado todas que nos atrevemos con la gula, la lujuria y, como dice Isabel Allende en uno de sus libros, hasta con el puente entre las dos, piénsalo. Nos atrevemos con la rabia instantánea y a largo plazo, con los celos amorosos y con la placentera felicidad. Una ha contado que se atreve con la envidia porque afirma ser momentáneamente superficial y hasta con el desprecio –que creo yo que lo relaciona con la envidia y le hace bastante mal-. También nos atrevemos a luchar por valores e ilusiones e incluso, nos tiramos a la piscina si se trata de atreverse a lograr. Nos atrevemos a querer y a ser nosotras mismas que esto nunca viene mal. Y llegadas a este punto, la conversación se ha desviado y hemos hablado de personalidades baratija y personalidades de lujo que su secreto es su verdadera identidad. Eso sí, hemos acordado doblar la lista de “me atrevo a” este verano y el jugo que puede contener no me lo pierdo ni por atreverme a decir que no soy cotilla y una amante de los entresijos de la vida y de lo que somos y soy capaz.
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