Durante años he tenido una verdadera
sensación de no pertenecer a los jarrones chinos de anticuario que hay en el
recibidor de casa de mis padres. Tengo graves principios de “horterismo” que
veo, a menudo, reflejados en un apoyo activo a cualquier indicio de folklore.
Encuentro en Frida Kahlo un equilibrio entre la necesidad de arrojarme coronas
de flores a la cabeza y la de pintar tranquilamente caras de señoras en un
lienzo. Las mujeres más bellas tienen ojeras, las mujeres más bellas tienen el
peso debajo de sus ojos. Me pregunto frecuentemente por qué relaciono las
situaciones desagradables con ensaladas tibias de bogavante. O por qué veo
flechas de neón verde que relacionan ropa interior de encaje negro con bombones de licor con
ciruela.
El domingo pasado cogí el coche y fui a
salvarme un rato la vida cerca de la naturaleza. Sin embargo, yo cuando empiezo
a leer un mapa me olvido de que tengo que leerlo. Me perdí y acabé en una
carretera llena de curvas. Me mareé y tuve que parar. Me puse a escuchar a Johnny
Cash y se me pasó el mareo pensando en que si hubiera sido
catalán se llamaría Joan “Suelto”. Cash, Suelto. ¿Por qué se considera más agarrado
un billete de cinco que una moneda de dos?
Tener suelto, la connotación de esta
palabra me transporta a otro lugar. Me veo a las tantas en la sala Siroco con ganas de jaleo. La
Jalea Real, en realidad, no es más que un buen jaleo. Ser un poco suelto es ser
joven. Yo ya lo fui.
Ahora solo quiero ser una señora italiana que nunca seré.
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