miércoles, 19 de agosto de 2009

Erasmus

La consciencia del cambio es el mejor aliciente pero también la mejor resaca. Lo nuevo y lo tuyo, un dilema emocional. Me voy y nos vamos con un billete de ida cual puerta abierta a lo desconocido. Los viajes siempre han sido el punto de inflexión de mi vida y así, de mi personalidad. Pero ahora no sólo viajamos sino que nos quedamos. Tendremos que volver a conocernos a nosotras mismas cuando volvamos. El redescubrimiento de uno mismo, una ardua tarea que viene a ser una de mis metas existenciales favoritas. Me gusta ser consciente de lo que siento hoy y de la deformación que posiblemente sufrirá con el vaivén de personas con las que nos vamos a cruzar. Esta experiencia es algo así como la encrucijada de nuestras vidas, un descubrimiento concentrado en meses de evasión. Es un regalo en forma de disfrute, un premio merecido después de la montaña rusa que me asimiló a una roca en erosión.
Quiero volver aunque esté irreconocible, aunque venga para irme otra vez. Sé que cuando vuelva empieza otra etapa de mi vida, ese futuro que siempre dejé como primera página después de esta experiencia. Pero esta semana me la tomo paso a paso, siendo consciente de los sentimientos que aflora una despedida. Viviré a cada persona desde cerca y desde lejos para quedarme con un recuerdo nítido de cada uno. Pero corazón que no ve es corazón que no siente y, aunque a mi esto me parece una verdad a medias, no me voy para echar de menos aunque me acordaré.
Ahora sólo falta lo más importante, ir dándome cuenta de que me voy y llegar siendo consciente de que hay un brindis en mi vida en forma de bienvenida. Suerte para mi y para ti, compañera de viaje, no sabes lo que nos espera: ¡chin chin!