martes, 14 de octubre de 2008

Una historia con final feliz

La silla de madera aún está encarada a la ventana desde la cual el cielo parecía la libreta de nuestras concepciones. Sentados ahí desgarrábamos notas con una guitarra que inventaba acordes al azar y acompañaba letras plagadas de vulnerabilidad. Encadenábamos las flores violeta que colgaban de la pared de la terraza e inventábamos aromas que esculpían recuerdos. Te girabas de vez en cuando y sonreías hasta con la mirada, era precioso a la vez que irracional. Te echaba de menos hasta cuando te tenía al lado, era un sentimiento de fragilidad. Una fragilidad dada por una inocencia inconsciente que temía a la par que amaba. Y amar era inoportuno dada esta debilidad. Y entonces encendíamos un cigarrillo y lo fumábamos a medias y el humo encandilaba la habitación que encerraba horizontes y nos daba igual. Jugábamos a la bohemia y a la felicidad, nos encontrábamos hasta ciegos y nos acariciábamos recordándonos que nos quedaba mucho tiempo que quemar. Y quemábamos nuestras cabezas con cierres de puerta malsonantes, y desplazábamos nuestro corazón en busca de otra mitad. Quemábamos los momentos con palabras inoportunas e insensatas y dejábamos que el fuego siguiera su curso hasta explotar.
Caminamos por encima de las cenizas de nuestra historia y nunca hubo una nueva página que empezar. Llegó el viento del olvido y las fotografías dejaron de pesar. La silla de madera se quedó sola con su compañera, la soledad. Y nosotros nos fuimos alejando y prestándole al vacío nuestra compartida identidad. Y así, sin más, ganamos.

sábado, 4 de octubre de 2008

(Para los) RESERVADO(s): PARA LOS OYENTES

Soy de esas personas que escuchan más que hablan y me gusta la gente que también es así. No porque me sienta identificada con ellas sino porque son más sorprendentes a la hora de conocer. La gente que enseña todas sus cartas en la primera jugada queda al descubierto para todas las partidas siguientes y ya no hay ningún misterio a la hora de apostar por el resultado. La gracia reside en la adicción que crea la intriga, el desconcierto…así nace la motivación.
La gente reservada quiere a su persona y así la protege valorando su intimidad. No es vulnerable a cualquier oreja y por este motivo las lenguas viperinas no tienen material para trabajar.
La gente que sabe valorar el silencio deja piedrecillas en su camino para esas personas que se atrevan y no se cansen de caminar. Las dosis pequeñas siempre son mucho más cautivadoras que las que te brindan en gran cantidad.
Supongo que por la ley de la complementación tiendo a tener amigos que priorizan el hablar al escuchar y esto me parece fenomenal porque llenan el saco de mi experiencia también con la suya. Pero, a veces, me encuentro con oyentes parecidos a mi y entonces la conversación cuesta de arrancar. Creo que tenemos un punto de desconfianza hacia las personas externas o desconocidas y así creamos barreras al diálogo con lo desconocido. Contamos líneas de nuestras vidas dejándolas en puntos suspensivos, saltamos capítulos de nuestra historia, nos salvamos con explicar lo superficial. En realidad, pretendemos dar indicios para que encuentren nuestra profundidad sin regalarla nosotros. Y cuando nos descubren valoramos a esa persona con una honesta intensidad. Es el rol de los oyentes, escuchar y dejarse conquistar con las palabras. Háblame.