lunes, 26 de octubre de 2009

Léeme los labios

Era una tarde boca abajo en la que ya amanecía la oscuridad. En la mesa de la habitación había botellas de cristal verde llenas de pétalos rojos que parecían un poema enjaulado. Había copas de culo grande y pierna finísima preparadas en la encimera para una noche de velas y palabras vergonzosas. Las primeras citas pueden ser el bautizo o el funeral de una relación. Pero esa imagen era digna de la puja más alta en la subasta más cotizada. Y ella se preparaba delante del tocador rococó que había adquirido en esa callejuela de Paris donde cada año hay una única reliquia. Estaba desnuda frente el espejo que matizaba a la perfección la sinuosidad de su presencia cuando liberó del cuello al pecho su perfume cotidiano. Y luego, dejó caer desde sus hombros un vestido de seda amarilla que calculaba como ninguno los milímetros de su cuerpo. Y se empapó del rojo del carmín, prácticamente, solo con la vista aunque con las yemas de sus dedos jugueteó con sus labios hasta subir un punto su color natural.
Aún tenía tiempo hasta que él llegase pero no el suficiente como para alborotar sus nervios sentada a la espera en un sofá. Este era uno de sus vicios, nunca tener demasiado ni suficiente.
Tenía en una estantería un montón de discos habitados por canciones lentas que auguraban la mejor de las digestiones después de una cena. Las horas alargadas cuando está entrada la noche pueden ser maravillas encandiladoras. Y la música ya sonaba, y los platos, en su sitio, estaban vacíos. Y los cubiertos preparados y las servilletas blancas para tintar si aún quedaba carmín. Y sus hombros eran como caídas al vacío, preparados para ser rescatados y sus ojos eran principios de fuego retando al viento para ser llamarada.
Y los minutos se agolparon en el reloj que no tenía y así llegó, apareció, surgió una nueva sorpresa.
Él esa noche, él y ella todas las demás.

sábado, 10 de octubre de 2009

Tardes de lejos

A veces aún pienso en el abismo en el que vivimos inconscientemente cuando estamos enamorados.
Me acuerdo de cuando vivía con esa electricidad que prendaba mi corazón y mis ansias y llenaba mi vida de horas nerviosas que hervían de deseo. Pero, de algún modo, tengo la sensación que viví tanto y tantas veces ese deseo que hasta se evaporó. Y en mi, ya no está. Y podría volver a la melancolía que evoca el repaso de los días pero ya no me acuerdo de cómo se reconstruye el sentimiento de un amor. Y reconstruir no es vivir, es recordar. Y ahora ni reconstruyo, ni vivo ni recuerdo el amor. Pero hoy, en algún remoto lugar de mi cuerpo, ha reaparecido una colección de tardes de invierno que, a pesar del frío, solo desprendían fuego. Y esas tardes, eran tardes de nervios, de ganas, de esperanza desesperada, de esa porción de vida que ahora siento lejos...el amor.

jueves, 1 de octubre de 2009

La Burbuja

Desde la burbuja donde la vida pasa más rápido que en cualquier otro lugar, no escribo cartas. Ni a mi misma ni a nadie.No es que quiera aliarme con secretos temporales aunque sí quiero ser la única pasajera en este viaje largo aunque efímero.Aquí la realidad es un algodón de azúcar que nunca tiene forma de trampa sino que de regalo. Hablemos, pues, de irrealidad.Esta vida "paralela" es un volcán de sentimientos que surgen y desaparecen a la misma velocidad que las horas. Todo es rápido.Quizás este sea un tobogán de felicidad con fecha de caducidad. Al final siempre se divisan todas esas personas que han formado,forman y, probablemente, formarán parte de mi vida. Pero están al final del tobogán, al inicio de mi verdadera realidad -evolucionada-. Y ahora, después de tantas horas ya aquí, aún me parece raro estar lejos aunque tan cerca de todas estas personas y situaciones nuevas.Aquí me cuesta encontrar un momento para estar sola aunque me cuesta más encontrar la necesidad de estar a solas. Hay tantas conversacionesque quiero cazar, tantas vidas que después voy a contar, tanta disparidad de culturas y colores de los que me quiero empapar...que siemprequiero estar. Me he dado cuenta de que me he alimentado tanto tiempo de la soledad que ahora me aborrece hacerle compañía. Que raro va a ser volver a llegar y notar que hay pasos agigantados en mi interior que para reconocerme, se tendrán que descubrir. Ahora creo que soy una amante oficial del cambio. Del movimiento, de la agilidad de volverse a adaptar y, sobretodo, de vivir.