martes, 23 de diciembre de 2008

El año más triste de mi vida

Otro año cojo el billete de vuelta a casa por Navidad. Me acuerdo que el año pasado me pesó cerrar vistas a caras diarias y temía el hecho de no vaciar mi vida cada día contándosela a ellos. Este año es diferente, ya lo dije, aprendí a alejarme en general. No se trata de un alejarse peyorativo, sino que evolutivo sin más. Noto que en las últimas páginas de mi calendario he flotado más que pisado. Mis pensamientos y sentimientos han conocido la ley de la relativización de una forma acelerada aunque asentada. Relativizando los preludios he aprendido a ser más feliz.
Este año ha sido el más triste de mi vida. Lo digo sin ningún tipo de pudor ni duda porque al mismo tiempo el resultado de mi balance vital anual es el más gratificante de mi corta existencia. Mi corazón tiene agujetas y cicatrices y no está dispuesto a entregarse a historias caducas que no provengan del más valioso postor. Mi mente tiene cortinas y puertas que resguardan mi equilibrio y mi propia personalidad. He creado lágrimas desde el alma y las he rematado con las de mis ojos que hasta lloraban estando secos. He visto temblar mis manos cuando mis nervios ya se habían alejado del control y he visto mi cara y mi cuerpo desvalidos ante la impotencia externa que se adentraba en mis sentimientos. Mi personalidad se miraba al espejo y no se encontraba a ella misma hasta ni reinventándose. No compré flores durante meses, ni escuché mis canciones favoritas, mi escritura se estancó, mis conversaciones se redujeron y mi sonrisa más natural se quedó dormida en el olvido de la dispersión. El ritmo de mis días estaba totalmente influenciado por la vulnerabilidad de mi estado anímico y mi felicidad se disfrazaba cada día frente a mi amenazándome con quedar irreconocible. No me fijé en las caras de toda esa gente que paseó a mi lado y mucho menos le abrí la puerta a la sorpresa. Dormí sola cada noche en la cama más fría y desesperanzadora del mundo a la que le pedía que me dejara, al menos, soñar en positivo. Me levantaba cada mañana con unas ganas inmensas de que pasara tan rápido el día que no tuviese oportunidad de sentir mi propio dolor. Pero la soledad me persiguió hasta por esos atajos que cogí para perderla de vista y me di cuenta de que es la enemiga más dura que tiene cualquier humano. Colapsé mi consciencia y todas esas vías que auguraban seguir adelante. Contagié el pesar de mi corazón y de mis acciones a algunas personas que se atrevieron y las dejé llegar a lo mas hondo de mi. Y es por estas personas que conseguí retomar el corriente de la evolución natural de mi misma. Yo era consciente de que toda esa gente a la que acercase tanto a mi desorden vital y dolor emocional quedarían muy afectados. Por esto encerré este asunto en un círculo extremadamente cerrado de personas que sabía que darían lo mejor de sí mismas para que yo volviera a quedar reconocible para ellas. A estas cuatro personas, os debo un año de felicidad en mi vida que también me debo a mi misma. Y es que yo también fui capaz de darme fuerzas cuando ya habían desaparecido por completo. Encontré en algún resquicio de mi ambición las ganas de volver a estar bien y conseguí ponerlo en práctica. Luché contra mi mente y mi corazón para poner en primer lugar a lo que soy yo como persona completa. Querer estar bien es el paso clave para empezar a cambiar las más oscuras tristezas. Y cuando lo consigues, te das cuenta de que has sufrido de una forma que no entiendes cómo has podido soportar. Pero te das cuenta de que lo has soportado porque el dolor y las dificultades hacen madurar. Mientras la cuesta más arriba se te hace, más aprendes, más creces, más moldeado estás. Y yo después de ese bucle de desmesurada tristeza y pesar general me siento increíblemente mucho más capaz. Y ser capaz en un sentido tan amplio, se ha convertido en mi imán a la felicidad. A pesar de los pesares, me gusta saber que la gente que lo ha vivido desde tan cerca también ha aprendido y ha borrado incapacidades que quizás, sin este año, nunca habría logrado descifrar. El año más triste de mi vida, fíjate, lo he logrado superar. Capaz de superar.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Tu maleta gris

Cerraste tu maleta gris esa noche de octubre y desde entonces dejaste de escribirme cartas. Cada una de tus cartas tenía por título un número, pero yo nunca los he llegado a entender plenamente. No sólo a los números sino que tampoco a tus cartas y mucho menos a ti. Pero sí entendí que en esa maleta gris guardabas todas esas fotos mías que nunca quisiste colgar en la pared de tu habitación porque crees que las imágenes reales nunca son promesa de recuerdo. También encerraste en esa maleta todas las palabras que te entregué. Yo solo entrego a mano palabras personalizadas a esas personas que verdaderamente significan algo para mi. Y guardaste todos los significados que desprendí de mi, hasta rosas de color negro que compramos un viernes tarde en una estación de metro vieja que emparaba almas que habían perdido su tren. Y también guardaste el pase para nuestro tren, el que sólo cogimos juntos una vez. Y las veces las amontonaste como camisas almidonadas que nunca pierden su forma aunque si su naturalidad. La naturalidad de nuestras ocasiones perdió forma con el transcurso de los días. Y los días los escondiste también en tu maleta para que para siempre pareciesen lejanos. Tú maleta gris que nos vio dormir meses enteros ha guardado parte de mi en su interior y se ha ido contigo. Sin mi. No dejes que los pedazos que guardas de mi se tiñan de gris. Nunca fuimos mediocres.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Las palabras se las lleva el agua

Todas las hojas de esa libreta deshojada cayeron en el agua. La tinta desvaneció las palabras y todo lo que tenía sentido quedó incomprensible. El agua limpia a la par que borra, igual que el corazón siente a la par que esconde. Y escondieron en el recuerdo todo lo que perdieron cuando las gotas hicieron naufragar las palabras de ese papel. Es entonces cuando se dieron cuenta de que nada está escrito y que aunque aparentemente lo parezca, quizás tiene fecha de caducidad. Una caducidad reducida a la realidad. La caducidad de los indicios, de las pruebas, de la materialización de lo que llegaron a pensar. Pero el pensamiento es la extensión de la realidad, y es ahí donde guardamos todo lo que no está escrito para salvar, de algún modo, el sentido que le dimos y le damos a nuestra verdad.