jueves, 20 de septiembre de 2007

De labios rojos

Hay una escena en esta vida que siempre me ha parecido elegante. Suceda donde suceda y haga quien lo haga. Es una de las bonituras de ser chica. Es todo el proceso. Al principio te atreves o no te atreves. Y lo haces, una o mil veces en la vida. Para disfrazarte o para arreglarte. Para besar o para explotar la sensualidad del lado femenino. Da igual.
Abres esta barra de labios. Solo sucede con ésta. Normalmente es la que cuesta más que se gaste. Sacas la tapa pero aún no ves nítido el color que se esconde, parece marrón, granate. Empiezas a elevar la pintura y cada vez tienes más ganas de impregnarte. Te miras en el espejo. Preparas el labio superior y empiezas a pintar. Resigues cada línea que hace tu boca especial. No cesas de darte cuenta de como cambia el rostro, únicamente, con este color. Luego, sigues con el labio inferior que siempre parece más intenso que el de arriba. Será por la luz, será porque es el protagonista, será porque es el que casi siempre empieza a besar. Y entonces, te vuelves a dirigir al espejo. Te acostumbras al color rojo. El rojo de la pasión. El rojo pasión. La pasión del rojo. Yo tengo esta pasión. Aunque la cuido mucho. Y es que cuando una chica se pinta los labios rojos es una escena preciosamente elegante e inigualable. Puede parecer ridículo pero no lo es. Piénsalo, cada vez que lo haces es porque te has atrevido, porque hoy te da la gana sorprenderte a ti misma, porque hay días especiales y porque ellos no lo van a hacer. No les sienta bien. Es para nosotras y nuestro punto de sofisticación.
Lo dice muy bien Valentino: un color, indudablemente, el rojo.

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