sábado, 14 de junio de 2008

Compañera soledad

Se acaba la función y todos se van a casa. Algunos con los hombros arropados y otros con la sombra de su propia soledad. Una soledad que golpea silenciosamente sin piedad, que invade ojos mediocremente relucientes que solo relucen por la lágrima que se cuela a su pesar. Las parejas son ases de corazones que se reducen a su propia felicidad. Se enternecen con la dependencia de sus miradas y se rozan desafiando lo que puede, luego, pasar. No se giran a mirar al que camina solo a su lado o detrás. No le tienen nada que envidiar, es la fuerza del sentimiento compartido lo que nos hace admirar. Las almas desalmadas son una contradicción para cualquiera que no sepa lo que es añorar. Una añoranza generalizada de la emoción que irradia enamorar.
A los que caminan solos después de la función, solo les queda recordar. Viajar por la melancólica línea de su pasado y embotellar resquicios de sentimiento que un día, borrachos de amor, lograron cultivar. El recuerdo es uno de los pocos alimentos que no caduca si lo cuidas. Es el postre del presente para aquellos que divagan por su existencia. Para aquellos que quieran atemporalizar los momentos de su vida. Para aquellos que quieran teñir su soledad de retales de compañía que un día llegaron a encontrar.

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