sábado, 27 de diciembre de 2014

Relato de un reencuentro

Entré en el bar donde esa noche nos reencontramos los de siempre, al que si no vas rompes una tradición. Yo ahora vivo lejos y la mayoría viven aún más lejos. Todos somos menos guapos creo, pero más interesantes quiero creer. Y ella, a la que desde hace cuatro años veo una vez al año, estaba más guapa que nunca o igual de interesante que siempre. La chica del bucle de mis recuerdos y todos los bucles de su pelo en los que tantas veces me perdí esa misma noche antes de estos cuatro años en los que ya ni me pierdo una vez al año. Yo que llevaba un par de copas de sobremesa y estaba sentado con mis colegas, sus ex colegas, la vi entrar con sus amigas, mis ex amigas, con un sombrero negro y sus labios. Sus labios a cucharadas, sus labios a mordiscos, su sombrero y nada más, la insoportable levedad del ser en un whisky on the rocks. Se quitó el abrigo sonriéndose cómplice sabiendo que yo tenía los ojos clavados en sus movimientos y mis entrañas clavadas en la melancolía y esa rabia y esa desnudez que me azotaba al sentir que aún me veía sólo con su intuición. Ni una miradita, ni un vistazo, ni un alzar la vista, ni un guiño, ni una sonrisa, ni un nada, nada dedicado únicamente a mí. Ella que me cogía los brazos para sentirse protegida cuando dormía y que lloraba, preciosa, muy preciosa, desmontando ante mi esa fachada que ahora había vuelto a construir y que ahora (¡ahora!) (¡ahora!) Y me miró ahora, de repente ¡joder! ahora una mirada con caída al final, que bien la dominaba esa mirada, joder, pantanos en manos y pies, caída al vacío en el estómago, adrenalina, minusvalía, pensar en mi novia, pensar en mi novia, pensar en mi novia, joder. Mi novia desnuda, mi novia con sombrero, mi novia llorando, mi novia, hijos, navidades con suegros, sin suegros, mis ex suegros… ¿en serio?

-Hola, tú.

-Hola, bien ¿y tú?

Respuestas sin pregunta, un experto, joder. No con ella, ni con sus múltiples respuestas, no con ese cerebro donde billones de chinos hacen horas extra para joderle la vida a cualquiera que un día decida cruzar la primera palabra con ella.

-Bien (sonrisa sin dientes, sonrisita, vamos) Muy bien, de hecho. (seguido de esa ninguna necesidad de contar nada más, todos esos puntos suspensivos traducidos en micro infartos). Y sonrisa con dientes (apaga y vámonos)

-Me alegro (verdad), ¿qué tal tu familia? (recreación de vínculos)

-Muy bien, ¿y la tuya, has cenado con ellos?

-Sí, como siempre, ya sabes (recreación de vínculos toma dos) 

-Lo que no sabía es que tienes novia

Repartidores de periódicos tirándolos en portales de casas, arenas movedizas, terrenos pantanosos, yo en paracaídas, abrir ventanas en calendarios de adviento.
Cogí la copa, miré a mis colegas como quien busca apoyo en su equipo, no quería decirle que sí, un sí era perderla, un sí era casarme con mi novia en su cabeza, un sí era ser amigos, finalmente. Finalmente.

-Sí (acción-reacción, acción ¿reacción?) 

-Yo que justo hoy te iba a hacer una proposición indecente…

Desconexión de cables, fundido de plomos, banquillo, ositos de peluche, gominolas en el cine, corazones de tiza, Love Actually, toda la pubertad hecha amor, no querer quitarle las bragas hasta la tercera cita, tomar vino con ella, joder, que me hable, conocerla una y otra vez, abrazarla fuerte, no querer perderla, no querer sólo proposiciones indecentes, mierda joder.

-¿Cómo? (las dos “os” de la palabra cuales ojos como platillos)

Me mira, sonríe sin dientes, gira levemente la cabeza y me acaricia suavemente el brazo.

-Es broma, Marc, yo también tengo pareja.

Pañuelos blancos en estadios olímpicos, pozos de mierda, cajas en desvanes, el olvido vestido de fantasma viajando por el mundo. Mis colegas se giraron y me miraron como si hubieran sonado las campanas de la iglesia del pueblo como alarmas de fuego.

-Ey tía, que no te habíamos visto, ¿Cómo andas?

Y mientras ella decía por segunda vez que todo muy bien y les sonreía con y sin dientes, me levanté del taburete con la inercia de un esclavo que va a abrazar a un ser querido antes de perder todas las fuerzas y la abracé. Y ella me entendió, al instante, haciendo gala de toda su intuición, me rodeó el cuello con sus brazos y yo le acaricié la espalda con mis dedos como quien explora por última vez el tacto de una montaña que nunca más volverá a escalar. Todas las miradas de los pueblerinos cargándose de chismorreo navideño, mis tres colegas preparando los salvavidas, Mariah Carey en blanco y negro en un videoclip y nosotros cerrando tratos y contratos en un abrazo que me vació y me rellenó. Nos miramos, cómplices, y me dijo que se iba al baño, yo le dije que yo también.
Salimos, a la vez, los dos sujetamos con fuerza el pomo de la puerta, nos quedamos unos segundos uno delante del otro, nos reímos tristes y divertidos, muy sonoros. Ambos habíamos ido al baño a llorar un poco, a descomprimir, a pasar página, al fin y al cabo. Me alzó la mano, se la choqué y la dejé pasar con una sonrisa. Le miré el culo como trofeo, saqué el móvil del bolsillo y llamé a mi novia, no me contestó. Me quedé unos minutos de pie en el pasillo de los baños y barajé la opción de que a mi novia le hubiera pasado lo mismo. Deseé que alguien le hubiera hecho una proposición indecente y que ella la hubiera aceptado. Joder.

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