martes, 6 de marzo de 2007

En el metro

Cada día entre cristales y vías veo mil ojos que posiblemente nunca más veré. Es lo que denominan como “instantes fugaces”, eso que pasa una vez y casi ni lo has visto marchar, algo muy común si me paso media vida saltando de metro en metro. A mi me gustan todas estas historias porque distraen más o menos y es bastante peliculero el plantearse que quizás el amor de tu vida ya se te ha cruzado y ni te has enterado. Además, también hay algo de curiosidad porque te das cuenta de que hay miradas que hasta violan, otras que enamoran, algunas que dan igual y pocas que enganchan. Y digo que es curioso porque el otro ni se imagina que ahora estoy aquí dándole caña a la imaginación y hablando de qué he entrevisto en sus ojos. También hay los que me miran a mi. Algunos miran indiscretamente mi cara a ver cual es la más cantona de mis imperfecciones, otros examinan mi vestir y hay quienes dejan caer sus ojos en un punto de mis zapatos y de ahí no hay dios que los mueva, será que están medio atontados o en otra onda (lo mismo me pasa a mi con bastante frecuencia).
Los que más me chiflan son los guiris, que mapa en mano y tela el vestuario se ponen ahí a darle al palique y yo como buena políglota investigo que coño es lo que están chapurreando. Si me entero no me despego de la conversación (un poco cotilla, si) y hasta si me distraigo suelto carcajada y entonces quedo al descubierto. O por la misma regla de tres, oigo que soy yo su flamante exposición y entonces, después de quedarme a cuadros, me pongo los auriculares o les hecho una mirada asesina que significa…desgraciado! Que me he enterado!